En este capítulo, se rememoran las tres expediciones botánicas que se realizaron a los enclaves de los pinsapares. La primera, la que realizó E. Boissier en 1837, y que supuso el descubrimiento de una nueva especie para la ciencia, en esta ocasión en territorio español. La segunda fue realizada por los ingenieros de Montes españoles Luis Ceballos Fernández de Córdoba y Manuel Martín Bolaños, en 1928, y la tercera en 1946, por el también Ingeniero de Montes Santiago Sánchez Cózar. Estas dos últimas expediciones en el Rif marroquí, en los montes Magó y Trazaot, respectivamente. Sus descubrimientos permitieron ubicar a los abetos rifleños como variedades del pinsapo andaluz.
       La emoción vivida del descubrimiento vivida por estos últimos, no es muy difícil de imaginar, ya que por entonces, la totalidad de las coníferas del arco mediterráneo estaban ya descritas. Fueron unos privilegiados, que recibieron la recompensa de un hallazgo, un árbol, una conífera anclada en un pasado muy lejano, pero con una identidad muy reciente.

Pinsapar de Grazalema

    Pinsapos: el abeto que se quedó en el sur
El bosque protector